Relaciones de Pareja

MARK ASO ROLDÁN
Psicólogo Sanitario
Actualizada el 28/04/2020
El Amor
Al principio, todo surge con una avalancha de emociones y euforia, las cuales siempre vienen acompañadas de nuevas experiencias y nuevos placeres, cosa que no hace más que acrecentar nuestra dependencia hacia esa situación. Te hace sentir vivo. O viva. Un motivo suficiente para levantarte al día siguiente, o esperar con anhelo el fin de semana. Cada detalle se asocia con esa vorágine de emociones: olores, sitios, tiempos, objetos, caras, situaciones. Mientras tanto, todas los demás aspectos de tu vida dejan de tener importancia y más tiempo le dedicas a buscar y compartir esos momentos. El tiempo transcurrido entre esos instantes se hace eterno. Solo pareces estar lúcido en esos encuentros y, cuando no los tienes, el tiempo se llena de un doloroso anhelo y deseo.
Este relato de arriba no es una historia de amor entre dos personas. Es una historia de adicción a la cocaína. Y es que el amor, específicamente el amor pasional, tiene más de adicción que no de sentimiento y emoción pura e inmaculada, como se nos cuenta en las historias desde pequeños. Y es que, ciertamente, este tipo de amor tampoco surge en el vacío. Éste es un elemento esencial para la supervivencia de la especie. Pensémoslo bien: una reacción de esta intensidad, fuerza una relación lo suficientemente potente y duradera para poder garantizar la descendencia. Especialmente para nosotros, los homo sapiens, donde los embarazos se caracterizan por su larga duración, y el camino de nuestros hijos hacia la plena autonomía es considerablemente largo.
Sin embargo, nuestra sociedad contemporánea ha tomado la parte por el todo. Ha reducido el concepto “amor” a esa fase concreta de la relación. Y cuando eso desaparece, pensamos que ha desaparecido el “amor”. Y entonces es cuando llegamos al absurdo: aquella reacción biológica destinada a asegurar el vínculo con la pareja es la misma que acaba rompiendo muchas relaciones. En otras palabras, es cierto que el “amor romántico”, tal y como lo conocemos, no surge en el vacío; hay un sustrato neuro-biológico que sostiene esa vorágine de emociones. Sin embargo, todo lo construido alrededor del concepto del amor romántico ha adquirido una posición extrema bajo la apariencia de la única verdad posible. Por eso, hay que entender que el amor es mucho más que eso. Es mucho más que el “amor pasional romántico” de los primeros meses.
No obstante, como venimos diciendo, el modelo del “amor romántico” es el modelo normativo y hegemónico de nuestra sociedad. Impregna todas nuestras relaciones, nuestro día a día, está en las series, películas, libros, revistas, nos lo encontramos en los cuentos e historias de nuestra infancia, en canciones o poemas, en imágenes. Está en todas partes. Hasta le dedicamos días concretos del año en los que celebramos y exaltamos esa concepción del amor. Sin entrar en disquisiciones de índole política, solo hay que ver el rechazo que nos producen los matrimonios concertados. Pero, sin embargo, si arrancáramos todo lo edificado sobre el amor, todas esas capas de pintura, éste tiene más de adicción que de emoción pura, inmaculada y honesta. De hecho, el relato escrito en el primer párrafo adquiere una apariencia desagradable y peligrosa bajo la luz de la adicción a las drogas.
Así pues, sin pretender entrar en profundidad en la neuroquímica cerebral, podemos decir que las adicciones y el amor romántico tienen en común las 5 sustancias más importantes que intervienen en la comunicación cerebral (Bosch et al., 2009). Estos son:
- La Dopamina, vinculada al refuerzo, al placer y a la recompensa
- Los Opioides, que intervienen y modulan los efectos gratificantes y reforzadores de la comida, el agua, el sexo y otras recompensas, así como el dolor y la temperatura corporal.
- La Hormona Liberadora de Corticotropina (CRH), que se encarga de la regulación del estrés y está involucrada en los procesos de abstinencia.
- La Oxitocina (OT) y la Arginnina-Vasopresina (AVT), las cuales se relacionan con las conductas maternales y paternales y juegan un papel muy importante en el vínculo de la pareja y la generación de lazos afectivos.
Pero entonces, ¿Qué es el Amor?
No ha existido ningún periodo en la historia en la que fuese más fácil encontrar pareja. Hay infinidad de tecnologías de la comunicación que nos ayudan a encontrar un “match”: Tinder, Grindr, Meetic, Adopta un Tío, Happn, POF, Match, Badoo, OkCupid, Shakn o Bumble, son algunas aplicaciones móviles que permiten buscar pareja. Estas tecnologías nos facilitan conectar con nuestra “media naranja”, nuestra “alma gemela”. Sin embargo, ninguna de estas aplicaciones nos ha permitido responder a la pregunta del título. Y no lo ha permitido porque estamos buscando respuestas donde no las hay. No existen las “medias naranjas”, ni las “almas gemelas”, ni la “otras mitades”, ni tampoco la “predestinación”. Es una ilusión, formada en base a todos los componentes neuroquímicos anteriormente mencionados. Y es que hay que tener una cosa bien clara si queremos construir relaciones sanas: no somos personas incompletas ni nuestra finalidad última en la vida es encontrar a la persona perfecta. El error, pues, radica en pensar que la compatibilidad inicial, que las coincidencias y semejanzas iniciales, son un requisito imprescindible para conectar con una persona, cuando en realidad es una meta que se irá construyendo a medida que las dos personas se conocen y la relación crece. No obstante, hacer “match” es importante por una razón: haciendo un símil con las artes culinarias, para disfrutar de un buen convite, hacen falta unos ingredientes que bailen en armonía.
Por otro lado, también debe de quedar claro que las relaciones a largo plazo no pueden vivir en la vorágine constante de emociones que supone el período del amor romántico. El amor va mucho más allá, es mucho más amplio. Y pretender reducirlo a esa fase concreta, condena a un sufrimiento perpetuo en la búsqueda de un imposible. Si nos fijamos, la búsqueda de la pasión constante y del bienestar absoluto, es un impulso que tiene muchas cosas en común con el consumo de drogas. Discusiones constantes acompañadas de reconciliaciones, rupturas, infidelidades, celos patológicos, manipulación emocional, o conductas impulsivas, son algunas de las consecuencias de buscar ese tipo de amor. Por tanto, siguiendo con el símil de nuestro guateque, pretender “mantener la llama”, tampoco es un camino adecuado, puesto que el amor no debería de representar un excesivo esfuerzo o sacrificio. No hay que identificar el amor con la llama, porque no lo es. El fuego sirve para cocinar, pero si los ingredientes de la comida no se trabajan adecuadamente, no puede servirse un menú de mucha calidad, por más que lo sometamos a la acción de las brasas. Además, el amor de calidad no es fast food; se cocina a fuego lento.
Asimismo, en este punto tenemos que añadir que el amor abarca mucho más que las relaciones de pareja. Sentimos amor por nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, compañeros de trabajo, etc., y la neuroquímica cerebral interviniente es prácticamente la misma. Es decir, el amor lo encontramos en la base de todas las relaciones y vínculos humanos, en lo que convenimos a llamar apego.
Hasta aquí ya hemos visto dos elementos importantes: los ingredientes con los que cocinamos, y el tiempo de cocción. Sin embargo, falta lo más importante: el tratamiento que le damos a esos ingredientes. Esto es, el tipo de corte, las proporciones, las salsas, las especias, la maceración de algunos de los ingredientes, etc. Al principio todo esto resulta muy fácil, porque cualquier cosa nos parece bien, como la primera vez que hacemos un huevo frito. Sin embargo, con el tiempo, hay que aprender a cocinar. Y para eso, a veces necesitamos ayuda externa.
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Los Ingredientes
Compromiso: es importante tanto que haya compromiso por las dos partes como que ambos compartan un nivel de compromiso similar. Es decir, el compromiso por la relación debe de ser moderado-alto, equitativo y equilibrado. Una relación en la que existe este tipo de compromiso es una en la que ambos componentes se centran en potenciar sus cualidades mutuamente, cosa que conduce a la identidad como pareja en vez de identidades separadas como individuos. El elemento nuclear del compromiso es el interés mostrado en la continuación y el progreso de la relación. Se traduce en la idea de un “nosotros”, que se encuentra entre las primeras prioridades de una persona. Realizar planes juntos, invertir tiempo o dinero, o presentar a la pareja a amigos y familiares, así como no ocultar la relación ante potenciales pretendientes son ejemplos de un compromiso elevado. En este sentido, un alto compromiso mutuo favorece que el resultado sea mayor que la suma de sus partes y que se experimente un mayor número de emociones positivas, cosa que se traduce en una calidad superior de la relación. Por el contrario, las relaciones con un compromiso asimétrico, en el que uno de los eslabones de la pareja invierte más que el otro, suelen tener un peor ajuste, un mayor nivel de conflicto, y niveles de agresión superior, así como un mayor número de rupturas (Stanley et al., 2017).
Confianza: la confianza se caracteriza por tres elementos fundamentales. La “fe” que se tiene en la pareja, es decir, la creencia de que su pareja le va a comprender y apoyar en todo momento; la previsibilidad, es decir, que la relación goza de esa complicidad que hace que en todo momento uno sepa lo que va a hacer el otro; y la transparencia (Fletcher, Simpson y Thomas, 2000). Un error frecuente es pensar que la confianza se puede forzar, por lo que los celos se atribuyen a la falta de confianza en el otro y se le exigen pruebas y evidencias que garanticen la confianza. No obstante, la confianza es bidireccional y se construye desde el altruismo: uno obtiene confianza cuando confía en el otro. Por todo esto, dentro de la confianza, también se incluye el respeto por la autonomía individual del otro.
Afecto: las expresiones de afecto son extremadamente importantes en la relación de pareja. Es muy común que las muestras de afecto vayan disminuyendo con el tiempo, cosa que conduce inevitablemente a una peor calidad dentro de la relación (Huston et al., 2001). Éstas cumplen la función de mantener la atracción interpersonal mediante la aceptación y la aprobación (Wills, Weiss y Patterson, 1974). Como ejemplos de muestras de afecto podemos nombrar la realización de cumplidos o felicitaciones por los logros del otro, decir “te quiero”, etc. También se pueden incluir aquí las caricias y los mimos que ofrecemos al otro. En cambio, las muestras de ira, impaciencia, alzar la voz o realizar críticas son muestras de todo lo contrario.
Flexibilidad: esta característica es importante porque las diversas transiciones por las que pasa la pareja pueden afectar al nivel de compromiso. Por ejemplo, trasladarse a una vivienda conjunta o tener hijos puede ocasionar un compromiso asimétrico en la relación, donde una de las partes tiene un mayor compromiso por mantener la relación que la otra.
Igualdad: en general, podemos decir que la pareja alcanza menores niveles de conflicto y mayores niveles de calidad cuando ambos miembros de la pareja comparten igualitariamente la división de las tareas del hogar y la participación en la toma de decisiones. En este caso, no solo estamos hablando de un valor, como es la igualdad, y de una conducta, como es la distribución equitativa de las tareas. También estamos hablando de altruismo, empatía y justicia dentro de la pareja.
Tipologías de Pareja
En base a las dinámicas que se establecen entre todos los elementos descritos anteriormente, se pueden conceptualizar 5 tipos de relación de pareja. En general, estas parejas suelen diferir en los métodos de resolución de problemas y conflictos que se suceden en el seno de la pareja a lo largo de los años, así como en el afecto que se dedican. Estos conflictos pueden ser muy variados pero, en general, suelen versar sobre el sexo, las muestras de afecto, los celos, el repartimiento de tareas domésticas, la familia y amigos, las actividades de ocio, o las dificultades económicas y la toma de decisiones (Lavner, Karney y Bradbury, 2014). Y todo esto, tiene consecuencias a nivel de felicidad conyugal y de pareja.
- Volátil: experimentan grandes niveles de conflicto, aunque también experimentan altos niveles de comportamientos positivos. Sería el tipo de pareja que se mantiene en base al ciclo conflicto-reconciliación, quedando atrapada en la etapa del amor pasional, y sin posibilidad de evolución a los siguientes estadios.
- Hostil: en este caso, los miembros experimentan altos niveles de conflicto acompañado de unos niveles bajos de comportamientos positivos.
- Hostil-desapegada: en este caso, se suelen llevar vidas más independientes y, por lo general, evitan el conflicto. Sin embargo, ocasionalmente se pueden enzarzar en breves conflictos pero de gran intensidad y, a menudo, sobre asuntos triviales. Los tres tipos de pareja descritos hasta ahora tienen más probabilidades de disolverse, debido a que todos tienen un alto nivel de conflicto y una mala gestión del mismo, en los que se dan comportamientos defensivos y ofensivos por igual.
- Validadora: este tipo de parejas intenta reducir el conflicto y solo dedicarlo a los aspectos más importantes de su relación. Es decir, solo luchan aquellas batallas que merece la pena luchar. E incluso, cuando este conflicto se da, cada miembro de la pareja valida y comprende el punto de vista del otro, de manera que de dicho conflicto se extraen elementos positivos. Este tipo de pareja es el más igualitario de todos. Entre ellos existe un buen estilo de comunicación, tanto de sus emociones y sentimientos, como de sus problemas, además de profesar grandes habilidades de escucha y apoyo entre ellos (Kamp Dush y Taylor, 2011). En este sentido, este tipo de relación se asocia con una mayor calidad en la relación.
- Evitativa: tienden a minimizar el conflicto y a evitarlo. Se caracterizan por mostrar niveles bajos de compañerismo y de vidas más independientes que en pareja. No existe un “nosotros” o éste es muy débil. En otras palabras, son aquellas parejas que comparten pocas cosas de sus vidas, que tienen pocas cosas en común y hacen poco esfuerzo para tenerlas. Sin embargo, contrariamente a lo que podríamos pensar, estas parejas no suelen romper con facilidad, probablemente debido a que maximizan lo que comparten y minimizan sus diferencias. Aun así, el problema de esta tipología de parejas radica en el nivel de satisfacción, que suele ser bajo.

Una vez visto esto, pasamos a explicar el último ingrediente, común a todas las recetas. Es el que los une a todos y, sin embargo, es al que menos atención se le suele prestar. Hablamos de la comunicación, que sería el aceite en nuestro símil gastronómico. La comunicación permite ligar todos los ingredientes, puesto que facilita la empatía, la comprensión, la resolución de problemas y la asertividad dentro de la pareja. Es evidente que si una pareja sabe comunicarse, tenderá a establecer relaciones igualitarias, será más flexible, mostrará más afecto y confiará más en el otro. Así pues, pasamos a explicar este componente tan importante. Sin embargo, pedimos disculpas de antemano porque, al adentrarnos en el mundo de la comunicación, ineludiblemente tenemos que utilizar unos términos con los que estamos poco familiarizados.
La Comunicación en la Pareja
La comunicación no es un proceso lineal emisor-mensaje-receptor, tal como se nos enseña en la escuela. Es un fenómeno mucho más complejo en el que hay que tener en cuenta el código, el canal y el contexto, así como las expectativas de la persona que lo transmite y las de la que lo recibe. Además, es importante dejar claro que no comunicarse es imposible, ya que toda conducta en una situación de interacción tiene el valor de mensaje: el silencio, la mirada, la postura, el timbre y el tono de voz, o los gestos son interpretados por nuestro interlocutor y adquieren el valor de mensaje. Por todo esto, la comunicación es más un proceso circular y constante que lineal y limitado en el tiempo. Para saber más sobre los elementos que intervienen en la comunicación, puede consultar nuestro apartado de Relaciones Sociales. Una vez entendido esto, pasamos a explicar los tipos de comunicación que pueden darse entre dos personas. Solo hay dos, la interacción simétrica y la complementaria (Watzlawick, Bavelas y Jackson, 1991).
Respecto a la primera, las relaciones se basan en la igualdad (este aspecto no hay que entenderlo en términos ideológicos, sino en términos relacionales), la cual cosa implica que cada uno de los miembros de la pareja tiende a igualar la conducta del otro de forma recíproca, como en una especie de competición. Ambos participantes se miden continuamente y responden en consecuencia para que no quede nunca uno por encima del otro. Por ello, se puede decir que las definiciones que cada uno hace de sí mismo y respecto a la relación, divergen. En otras palabras, cada uno define la situación en sus propios términos e intenta imponerla al otro. Muchas discusiones en la pareja se originan por este motivo, puesto que ambos quieren tener razón y ninguno cede para encontrarse en un punto de equilibrio. Por ejemplo, los miembros de la pareja pueden dedicarse a contabilizar el número de veces que limpian los platos, hacen la comida u otras tareas domésticas, e iniciar una discusión cuando encuentran algún tipo de discrepancia.
En cuanto a la segunda, las relaciones se basan en la diferencia, cosa que implica que ambos miembros quedan «encajados», como si de piezas de un puzle se tratase. En este caso, como que las posiciones son diferentes, un miembro debe ocupar necesariamente la posición superior o primaria, mientras que el otro debe ocupar la inferior o secundaria. Las conductas de ambas personas se interrelacionan formando un sistema donde cada posición favorece y refuerza la del otro. En consecuencia, las definiciones de la relación encajan. Siguiendo con el ejemplo anterior, en este caso, los miembros de la pareja se repartirían las tareas del hogar y cada uno se responsabilizaría de la suya, sin cuestionar las que realiza el otro o cómo las hace.
Un tipo de relación no es mejor que la otra. De hecho, es difícil encontrarlas en sus formas «puras» y, cuando aparecen, habitualmente suelen convertirse en relaciones tóxicas con el tiempo. En otras palabras, cada una de estas formas de relación, ya sea la simétrica o la complementaria, puede adquirir un carácter patológico cuando se hacen demasiado inflexibles y extremas y, por consiguiente, se produce una progresión exponencial hacia el abismo. Esto se ha venido a denominar cismogénesis simétrica o complementaria.
- En el caso de la relación simétrica, se puede producir una escalada, labrada de conflictos varios, que puede acabar en una ruptura violenta de la relación. Este estado patológico de la relación, por tanto, se caracteriza por una guerra abierta entre ambos componentes que puede desembocar en faltas de respeto, gritos, agresiones verbales, e incluso físicas.
- En cuanto a la relación complementaria, el estado patológico surge cuando el encaje entre ambos miembros de la relación es demasiado rígido. En este caso, uno de los miembros, llamémosle «B» acepta y confirma siempre las definiciones de la relación que hace el otro miembro, llamemosle «A», pero este último nunca permite que «B» defina nada, condenándolo a la anómia, a la inexistencia. Es decir, uno lo decide todo y el otro no tiene ni voz ni voto. En este lugar se situarían la mayoría de casos de violencia dentro de la pareja, donde uno de los dos polos de la relación se encuentra totalmente anulado, mientras que el otro polo es capaz de dictar todos los aspectos de su realidad.
Referencias
Bosch, O. J., Nair, H. P., Ahern, T. H., Neumann, I. D., Young, L. J. (2009) The CRF system mediates increased passive stress-coping behavior following the loss of a bonded partner in a monogamous rodent. Neuropsychopharmacol 34, 1406–1415
Fletcher, G. J. O., Simpson, J. A., y Thomas, G. (2000). The Measurement of Perceived Relationship Quality Components: A Confirmatory Factor Analytic Approach. Personality and Social Psychology Bulletin, 26(3), 340–354. doi:10.1177/0146167200265007
Huston, T. L., Caughlin, J. P., Houts, R. M., Smith, S. E., & George, L. J. (2001). The connubial crucible: Newlywed years as predictors of marital delight, distress, and divorce. Journal of Personality and Social Psychology, 80(2), 237–252. doi:10.1037/0022-3514.80.2.237
Kamp Dush, C. M., & Taylor, M. G. (2011). Trajectories of Marital Conflict Across the Life Course. Journal of Family Issues, 33(3), 341–368. doi:10.1177/0192513×11409684
Lavner, J. A., Karney, B. R., & Bradbury, T. N. (2014). Relationship problems over the early years of marriage: Stability or change? Journal of Family Psychology, 28(6), 979–985. doi:10.1037/a0037752
Stanley, S. M., Rhoades, G. K., Scott, S. B., Kelmer, G., Markman, H. J., & Fincham, F. D. (2017). Asymmetrically committed relationships. Journal of Social and Personal Relationships, 34(8), 1241–1259. https://doi.org/10.1177/0265407516672013
Watzlawick, P., Bavelas, J.B., i Jackson, D. (1991 ). La comunicación patológica. Teoría de la comunicación humana. Interacciones, patologías y paradojas . Barcelona: Editoral Herder.
Wills, T. A., Weiss, R. L., & Patterson, G. R. (1974). A behavioral analysis of the determinants of marital satisfaction. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 42(6), 802–811. doi:10.1037/h0037524