Psicosalut Centre de Psicologia Sanitària

Familia

MARK ASO ROLDÁN

Psicólogo Sanitario

Actualizada el 25/03/2020

Relaciones de Apego

Para hablar de relaciones familiares debemos entender qué es el apego. De forma muy resumida, podemos decir que el apego es el vínculo o lazo emocional que se crea entre el niño y los cuidadores principales, cuya función es garantizar su supervivencia. Este lazo es el responsable de fijar los patrones de relación con los demás a lo largo de la vida. Por lo tanto, tiene una importancia trascendental en la psicología y la estabilidad emocional de las personas.

Al principio, este vínculo está destinado a satisfacer las necesidades básicas del bebé, como el sueño, la alimentación y la seguridad, puesto que las crías humanas son intensamente dependientes de sus cuidadores durante muchos años.

Los cuidadores, pues, actúan como un refugio para el infante, capaz de regular las emociones y el malestar que pueden sentir, garantizarles protección ante el peligro, y un “salvavidas” ante las conductas exploratorias naturales de todo ser vivo. En otras palabras, para que los padres ejerzan la función de protección y seguridad en relación con los hijos, existe una vinculación emocional de confianza que la hace posible.

En este sentido, el niño oscila entre dos tipos de conducta distintas y complementarias. Por un lado, encontramos las conductas de alejamiento, ya que éste tiene la necesidad innata de relacionarse y explorar el mundo exterior, por ejemplo, mediante el juego. Por el otro lado, tenemos las conductas de acercamiento, destinadas a satisfacer sus necesidades más básicas y calmar su malestar ante algunas experiencias con el mundo exterior. Es por esto que la función básica del cuidador es saber identificar estas señales y darles una respuesta adecuada.

Así, los problemas aparecen cuando las respuestas del cuidador no cubren estas necesidades básicas, cosa que tiene consecuencias importantes a nivel madurativo, llegando a ocasionar diversos problemas psicológicos y relacionales en la vida adulta. El vínculo, pues, es la base de la autoestima y de la confianza en las propias acciones.

La autoregulación emocional, la empatía, el altruismo, y las habilidades sociales como la cooperación y la asertividad, se desarrollan de afuera hacia adentro, y lo hacen gracias al vínculo establecido entre padres e hijos. En este sentido, podemos hablar de cuatro tipos de apego (Melero y Cantero, 2008):

  • Apego Seguro: se caracteriza por disponer de un modelo mental positivo, elevada autoestima, ausencia de problemas interpersonales serios, confianza en sí mismo y en los demás, y un deseo de tener intimidad con los demás. Por tanto, es una persona segura de sí misma que mantiene un equilibrio entre las necesidades afectivas y la autonomía personal. Este estilo de apego tiene su origen en la gran seguridad a nivel físico y emocional que proporcionan los padres. Éstos proporcionan afecto y protección en su justa medida, fomentando la autonomía del niño y respetando su intimidad, siempre dejando un espacio adecuado para que pueda tomar sus propias decisiones. En concreto, el cuidador se muestra paciente al momento de explicar aquello que no entienden, le hace caso cuando muestra curiosidad por lo que ocurre en el entorno y le proporciona feedback, le pone límites de forma sensible y razonable, muestra empatía, respeta sus emociones, y se muestra predecible y coherente con sus acciones.
  • Apego Dependiente o Preocupado: estas personas construyen un modelo negativo de sí mismos y positivo de los demás. Se caracterizan por poseer una baja autoestima, conductas de dependencia, con una gran necesidad de aprobación y una preocupación excesiva por las relaciones. Suelen tener un locus de control externo, por lo que asumen que sus actos no tienen relación directa con sus consecuencias, convirtiéndolas en personas que constantemente buscan confirmación por parte de los demás. Además, se perciben a sí mismas como ineficaces socialmente e incapaces de hacerse querer, mostrando siempre un temor a un posible abandono. Sin embargo, estas personas, debido a su dependencia emocional, pueden mostrarse hostiles y celosas en sus relaciones, ya que perciben como amenazantes un gran número de conductas. Su personalidad de adulto, pues, tiene ciertas conexiones con el Trastorno Histriónico de la Personalidad. Este tipo de apego se origina porque el cuidador satisface sus necesidades solo algunas veces, de manera intermitente, cosa que genera una sensación de inseguridad en el infante: en ocasiones, los cuidadores se muestran afectuosos, animados, tranquilos y con ganas de relacionarse con el niño, mientras que en otras ocasiones se muestran distantes e inalcanzables. Es decir, el cuidador es imprevisible para el niño, por lo que éste intensifica sus llamadas de atención para que su padre o madre responda a sus peticiones de auxilio. Esta relación padre-hijo se caracteriza por la persistencia del niño en llamar la atención del cuidador, por lo que su expresión emocional es más intensa con el objetivo de llamar la atención de la madre o del padre. Por esta razón se muestran muy emocionales, hipersensibles, a menudo exagerados, y demandantes.
  • Apego Evitativo: este tipo de apego se caracteriza por tener un modelo mental positivo de sí mismo pero negativo de los demás, una elevada autosuficiencia emocional, una baja activación de las necesidades de apego y una gran orientación al logro y consecución de metas personales. Por otro lado, suelen sentir una gran incomodidad con la intimidad y una consideración de las relaciones interpersonales como algo secundario a las cuestiones materiales. En este caso, a diferencia del estilo de Apego Dependiente, su temor es al rechazo. Son personas pragmáticas, muy orientadas a objetivos, que muchas veces desprecian las relaciones personales íntimas. En su caso, no toleran la emocionalidad negativa, por lo que suelen evitarla mediante la realización de otras conductas substitutorias, a veces compulsivas y/o adictivas. También son propensos a sufrir sintomatología diversa de tipo somático (p.e. dolores de cabeza o de estomago), ansioso, depresivo o fóbico. De adultos, muestran dificultades para identificar, sentir y expresar las emociones, y tienen la apariencia de personas autónomas y autosuficientes. Suelen proporcionar seguridad a otros, ya que han negado las propias carencias y vulnerabilidades. En este sentido, personalidad puede acercarse al Trastorno de Personalidad Esquizoide o narcisista, pero también puede tener rasgos obsesivos. La raíz de este estilo de apego se encuentra en el hecho de que el cuidador o cuidadores apenas satisfacen las necesidades del niño, principalmente en relación a la esfera emocional. Es decir, el padre o madre proporciona alimento y cuida de su salud física, pero desatiende sus necesidades emocionales, probablemente porque los padres también hayan tenido ese tipo de apego con sus padres. Debido a esto, la única estrategia viable que le queda al infante es la autosuficiencia emocional: el niño tiene que desconectarse emocionalmente y dejar de expresar sus emociones para estar cerca de sus padres y no ser rechazado.
  • Apego Temeroso, hostil o desorganizado: finalmente, el estilo de apego desorganizado se caracteriza por tener un modelo negativo tanto de sí mismo como de los demás. Suelen sentirse incómodos en situaciones íntimas y tienen una gran necesidad de aprobación. De adultos tienen dificultades para identificar sus emociones, tienen un sentimiento constante de confusión interna, y dificultades para entender lo que piensan o sienten, y una falta de empatía considerable. A menudo, son vistos como personas inestables, poco predecibles, peligrosas, malas y conflictivas, y sus relaciones familiares y sociales suelen ser caóticas, basadas en la imposición y el autoritarismo, algunas veces utilizando la victimización como herramienta de manipulación, y otras el autoritarismo. Esta vivencia del peligro relacional hace que tiendan a proyectar sus propias emociones y hechos en los demás, acusándolos de lo que ellos mismos provocan. Muchas veces, como estrategia de autorregulación, tienden a autolesionarse. Este estilo de apego tiene gran relación con el Trastorno Límite de la Personalidad. Su origen se suele encontrar en el maltrato o abuso infantil, puesto que el cuidador se muestra agresivo y violento. Estos niños, pues, viven una paradoja ya que las personas que les tienen que cuidar y proporcionar seguridad, son aquellos que le maltratan. Sin embargo, el infante no puede sobrevivir sin su cuidador, por lo que la única alternativa que le queda es mantenerse cerca de él y soportar las agresiones. En este caso, su método para sobrevivir a esta situación es la desconexión y parálisis emocional, ya que se encuentra totalmente indefenso por no poder hacer absolutamente nada para hacer frente al peligro. Esto también se denomina disociación, y se caracteriza por una pérdida de contacto con la realidad. En otras palabras, la reacción normal de un niño ante un peligro o una agresión es gritar para pedir auxilio pero, sin embargo, esos gritos pueden provocar mayores agresiones por parte del cuidador, por lo que la única estrategia que le queda es paralizarse y dejar de sentir. A medida que van creciendo y se hacen lo suficientemente fuertes, el menor tratará de ganar el control de la relación, y la estrategia para hacerlo es también extrema: o el cuidado o la agresión. Mediante el uso de estas estrategias pueden mantener el control absoluto de la relación puesto que, por un lado le temen pero por el otro, le necesitan. El círculo se repite de forma inversa.

El estilo educativo de los padres es muy importante

Una vez entendido qué es el apego, podemos introducir el concepto de estilo educativo o estilo de crianza (Schaefer, 1959; MacCoby y Martin, 1983). La forma de comportarse de los padres con respecto a sus hijos se puede clasificar en dos dimensiones: el grado de calidez emocional y el grado de control o exigencia.

  • Calidez emocional: hace referencia al apoyo aportado por los padres  y su déficit se expresa mediante la indiferencia hacia los hijos, la falta de disponibilidad de los padres, la frialdad e incluso el rechazo, mientras que en el lado opuesto tendríamos la empatía, el cuidado, el calor afectivo, el respeto, la realización de elogios y alabanzas, gestos de aprobación, ayuda, cooperación, etc.
  • Control: tiene el objetivo de dirigir la conducta de los hijos y en su grado extremo se visualiza en la intrusión, el control hostil, la posesividad, la retirada de la relación, la coerción, así como en la presión o gran número de demandas que los padres ejercen sobre sus hijos. El nivel más bajo de control  se caracteriza por la ausencia de refuerzo, la disciplina laxa, y la autonomía extrema.
Estas dos dimensiones son independientes entre sí y, si las cruzamos, obtenemos cuatro cuadrantes que dan lugar a cuatro estilos parentales diferentes:
Estilos educativos
  • Democrático: alta calidez y alto control. En este estilo educativo, los padres tratan de dirigir la actividad de sus hijos imponiéndoles roles y conductas maduras. Para ello se valen del razonamiento y la negociación racional para conseguirlo. En este caso, la aceptación de los derechos y deberes de los padres y de los hijos son claros. Por tanto, se respeta su autonomía, y su desarrollo individual y personal, teniendo en cuenta la etapa evolutiva en que se encuentra. Existe, pues una comunicación bidireccional y una reciprocidad jerárquica, puesto que se hace evidente que cada miembro de la familia tiene derechos y deberes, tanto propios como respecto al resto de componentes de la familia. Es el estilo educativo más flexible. Los efectos que tiene en la descendencia es que se promueve su autoestima, adquieren competencias y habilidades sociales importantes, se fomenta su empatía, tienen mayor bienestar psicológico y existe un nivel inferior de conflictividad entre padres e hijos. Este estilo educativo se asocia a bajos niveles de consumo de alcohol y cánnabis en la adolescencia y a un mejor ajusto psicológico.
  • Autoritario: frialdad afectiva y alto control. En este caso, los padres valoran la obediencia como una virtud, por lo que se requiere la sumisión de los hijos para ser respetados. La dedicación a las tareas marcadas, el seguimiento de la hoja de ruta de los padres, la tradición y la preservación del orden son otros valores y actitudes que son apreciadas en este tipo de familia. Recurren con facilidad al castigo y otras medidas de fuerza, y suelen optar por restringir la autonomía de los hijos, puesto que estos están subordinados respecto a los padres. Dedican un gran esfuerzo a controlar, influir y evaluar el comportamiento de sus hijos en base a unos rígidos patrones preestablecidos. Además, no ajustan la intensidad de la disciplina en función de la gravedad de la infracción y no usan técnicas de negociación de conflicto. El diálogo suele ser difícil y, en ocasiones, rechazan a sus hijos como medida disciplinaria. En su extremo, pueden intentar afirmar su poder mediante el uso de castigos físicos, amenazas verbales, retirada de privilegios y otras técnicas coercitivas. Las repercusiones en los hijos son negativas y, a menudo, carecen de habilidades sociales importantes, padecen de baja autonomía personal y creatividad, tienen baja autoestima, son reservados y les cuesta definir y perseguir sus metas. Se caracterizan por ser poco comunicativos y afectuosos.
  • Permisivo indulgente o sobreprotector: alta calidez y bajo control. Representa el lado opuesto al anterior estilo educativo en el que los padres proporcionan una gran autonomía a los hijos, siempre y cuando no se ponga en peligro su supervivencia física. Existe un rechazo del control por parte de los padres y no asumen un rol de autoridad, por lo que no existen restricciones ni castigos, evidenciándose una falta de límites importante. El grado de exigencia respecto a la ejecución de sus tareas es bajo y suelen mostrar indiferencia y pasividad ante las actitudes y conductas de sus hijos, ya sean positivas o negativas. No existen normas en la distribución de las tareas ni tampoco en los horarios dentro del hogar. Acceden fácilmente a los deseos de sus hijos y suelen tolerar la expresión de sus impulsos, incluidos la agresividad y la ira. Esto no implica que los padres no se preocupen por sus hijos, ya que atienden a sus necesidades y también les preocupa la formación de sus hijos. El problema es que no saben cómo ejercer el rol parental de guía. En este caso, no existen modelos familiares con los que los hijos puedan identificarse o imitar y pueden aparecer conductas agresivas y antisociales por parte de los hijos. Su grado de dependencia es elevado y muestran bajos niveles de madurez y éxito personal.
  • Permisivo Negligente o Indiferente: frialdad afectiva y bajo control. Es el estilo más opuesto al democrático y se caracteriza por la no implicación afectiva en los asuntos de sus hijos y por la dimisión y el abandono en la tarea educativa. La razón de esto no es de raíz ideológica, sino pragmática, ya que priorizan su tiempo personal, sus intereses y su comodidad por delante de la de sus hijos. Por ello, les resulta más cómodo no poner normas, pues implica el esfuerzo de establecer un diálogo y una vigilancia que no quieren ejercer. Por otro lado, tampoco pueden evitar estallidos irracionales de ira contra sus hijos cuando éstos les resultan excesivamente molestos. Puesto que la incoherencia parental y la baja sistematización educativa son características de este estilo, a veces pueden hacer uso de amenazas, insultos, gritos, humillaciones y castigos físicos, mientras que otras veces, y si sus recursos se lo permiten, pueden complacerlos con objetos materiales y regalos. En sus formas más leves, este estilo se caracteriza por una falta de implicación en la educación y las actividades de sus hijos. Los padres ignoran qué actividades realizan, no conocen a sus amigos o qué hacen cuando se encuentran fuera del hogar. Es el estilo que tiene unos efectos socializadores más negativos. Las consecuencias en los menores son un bajo desarrollo de sus capacidades cognitivas, baja autoestima, bajos logros escolares, baja autonomía y un uso irresponsable de su libertad.

Referencias

MacCoby, E.E., y Martin, J.A. (1983). Socializations in the context of the family: Parent-child interactions. En P.H. Mussen (Ed.), Handbook of child psychology (pp. 1-102). New York, NY: Wiley.

 

Melero, R., y Cantero, M.J. (2008). Los estilos afectivos en la población española: un cuestionario de evaluación del apego adulto. Clínica y Salud, 19(1), 83-100.

 

Schaefer, E. S. (1959). A circumplex model for maternal behaviour. Journal of Abnormal Social Psychology, 59, 226-235.